miércoles, 2 de febrero de 2011

año cero... de nuevo

Todo parece como aquel libro de Paul Auster, en el que uno aterriza en el país de las últimas cosas y se encuentra rodeado de gente que vive con la certidumbre de que algo va a cambiar su existencia en cualquier momento, pero nadie es capaz de ponerle una fecha a ese cambio, ni siquiera es posible predecir con exactitud en qué va a consistir la nueva era. Pero es real, no es un simple presentimiento, es la certeza de que algo llega a su fin y de que, repentinamente, todo comenzará de cero.

Y aunque no lo parezca, aún hay gente que está convencida de que el principio y el final de todo están marcados inexorablemente por el nacimiento y la muerte. Se equivocan: siempre hay un momento en el que todo comienza otra vez, en el que abres los ojos y descubres que nada es como antes, como si alguien hubiera arrancado las páginas de tu álbum de fotos y tuvieras que comprar uno nuevo, todavía en blanco, y volver a ponerte delante de las cámaras, para demostrar al mundo que tienes una vida y que aunque te hubieras desprendido de la anterior aún sigues dispuesto a llegar lejos, muy lejos, pero empezando de cero.

La paradoja de lo nuevo es que ilusiona y aterra a partes iguales. Comenzar otra vez, desde la nada, da miedo, pero es parte del ciclo vital, y por doloroso que pueda ser pocas cosas te dan más satisfacción que sentirte capaz de construir tu vida nuevamente: nuevas personas, nuevas ciudades, nuevos deseos y nuevas fotos apiñadas en un álbum aún vacío. No se trata de huir, al menos no como fin de tus actos. Se trata simplemente de abandonar la seguridad en la que te has instalado plácidamente para embarcarte en un proyecto del que es imposible saber si algún día llegará a su fin.

Y Nueva York también empezó de cero, un día, y hasta tuvo su zona cero. Obviamente me refiero al 11 de septiembre de 2001. Fue la fecha que más ha marcado la historia de esa ciudad, junto a aquel día a principios del siglo XVII en que unos holandeses compraron a los indios delaware la isla de Manhattan por sesenta florines.

Lo ideal hubiera sido que, tras la caída de las torres, la ciudad cimentara su nuevo crecimiento abandonando su prepotencia mundial y desterrándose para siempre del vínculo que tiene con el resto de los Estados Unidos. ¡Bienvenidos a la República de Nueva York! Lo dijo Auster, un día, esta vez en una entrevista, nada de ficción: debería ser una república, no tenemos que pertenecer a este país.

Pero no existe. Por más que uno rebusque en el mapa no encontrará esa república. Encontrará una ciudad llamada Nueva York, repartida entre varias islas y el continente, y sujeta, eternamente, a un país llamado Estados Unidos de América.

Introducción de República de Nueva York (año cero). 2005

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